MATILDE ALMANDOZ RÍOS
Presidenta de la Federación Española de OPC
Trece años después de la gesta de Sudáfrica, disfrutaba de nuevo de los lances de un Campeonato Mundial de Fútbol, esta vez protagonizado por las futbolistas, un equipo de deportistas que integraban una selección brillante con una reputación indiscutida allende nuestras fronteras. La final contra Inglaterra transcurrió entre la emoción y la ansiedad por la victoria compartida por la Reina y la Infanta, quienes no dudaron en hacer visible su apoyo y entusiasmo y… la selección española logró su estrella.
Y poco después empezó la coreografía. Las competiciones deportivas culminan siempre con una ceremonia de reconocimiento a los vencedores. ¿Quién no tiene en la memoria el mito olímpico y la corona de laurel? Aflora entonces la influencia clásica que se refleja en un protocolo caracterizado por la sencillez no exenta de solemnidad con el único objetivo de distinguir a los héroes de la hazaña deportiva. Los Juegos Olímpicos, Roland Garros, la Formula I… visibilizan el triunfo y siempre hay dos elementos recurrentes: un podio o un estrado (los héroes no deben estar pegados al suelo) y un trofeo personal: una medalla o una pieza.
Y en Sidney, en pocos minutos, los operarios instalaron el estrado y la Reina, la Infanta y Luis Rubiales ocuparon la posición asignada por el organizador para que diese comienzo el desfile de las heroínas, las futbolistas de esta final entre Inglaterra y España. Una coreografía retransmitida a una audiencia mundial.
¿Y qué hizo el entonces presidente de la RFEF? En lugar de hacer entrega de las medallas y de felicitar a las campeonas con dignidad, obsequió al mundo con un comportamiento impresentable. Además de obviar que las heroínas eran ELLAS, invadió el espacio personal de las jugadoras, se extralimitó en sus gestos y abusó de su posición de superioridad marcando siempre físicamente el poder de su cargo en los saludas. Y para culminar esos momentos de falta de respeto y de grosería cruzó la línea del abuso sexual con un beso –que en nuestra cultura tiene indudable connotación sexual– inmovilizando la cabeza de la heroína…
Desde el punto de vista del respeto personal eran indispensables unas sinceras disculpas porque se habían traspasado todos los límites, también en una cultura “permisiva” con el contacto físico. Podría haberse evitado el efecto bola de nieve de este despropósito a nivel reputacional tanto en el ámbito futbolístico como en de la Igualdad donde España ha sido pionera a nivel mundial.
Y en los eventos, los organizadores NO somos responsables de las conductas de las personas Definimos los protocolos en función de las características sociológicas y culturales de los eventos e informamos a los protagonistas del desarrollo de los mismos. Si sus conductas son inadecuadas, deberán evaluarse en los ámbitos que por su calificación les corresponda.