MARÍA GÓMEZ
Presidenta de Event Managers Association (EMA)
La victoria de la Selección Femenina de Futbol en el Mundial de Australia y Nueva Zelanda el pasado 20 de agosto ha sido un hito para el deporte de nuestro país y un gran paso en la igualdad de género en un deporte, tradicionalmente percibido como masculino.
Desde el punto de vista de un organizador de eventos, los objetivos a conseguir se hubieran alcanzado con creces (por fin una competición femenina ha tenido la cobertura mediática equiparable a competiciones similares masculinas y nuestro país se ha alzado con la copa) si no se hubieran visto empañados por otros asuntos que llevan copando titulares desde el mismo momento de la entrega de los trofeos y que han desviado la atención de lo que realmente era importante: el reconocimiento del futbol femenino como un deporte de primer nivel y del éxito de una selección muy joven en las competiciones.
El origen de la polémica, una vez más, es una falta gravísima de protocolo, especialmente teniendo en cuenta la presencia de la Casa Real en el palco y en la entrega de trofeos. Si bien es cierto que los comportamientos individuales son impredecibles, y desconociendo cómo fueron las preparaciones a la ceremonia, los representantes institucionales en cualquier ámbito deberían tener claras las nociones básicas de protocolo y saber estar, ya que, como representantes de una institución, sus actos no son a título individual, sino que representan a colectivos e incluso a naciones como es el caso que tratamos en la actualidad.
Un ‘patinazo’ de este calibre en un evento de repercusión mundial, y con máximos representantes del Estado al lado, es inadmisible, y unas disculpas, sinceras o no, no son suficientes a mi parecer. Cualquier cargo de representación conlleva muchas responsabilidades, ya que los impactos que ese cargo puede generar a nivel reputacional pueden ser muy grandes tanto positiva como negativamente. En este caso, y sin entrar a valorar más allá de los puros hechos, considero que el comportamiento fue completamente inapropiado y fuera de lugar y debería tener consecuencias, porque no solo no se estuvo a la altura del cargo, sino que se ha desvirtuado por completo el principal objetivo conseguido de la competición, que era la victoria.