JAVIER AGUADO
No cabe ninguna duda que el sector de los eventos ha regresado a los niveles de facturación anteriores a la dichosa pandemia. Los datos y los indicadores así lo demuestran. Un estudio de ‘Spain Convention Bureau’ ya presentado en la antesala de FITUR lo cifraba en 13.000 millones de euros.
Desde todos los ámbitos y desde el propio sector se pide cautela ante estos parámetros que son buenos pero que no han de llevarnos a la displicencia y la euforia. Hay que seguir trabajando por la calidad de los eventos y no solo por la cantidad.
La prueba la tenemos en los innumerables festivales de música que están recorriendo a lo ancho y largo de nuestra ‘piel de toro’ y, en alguno que otro, no en todos, hay problemillas organizativos (de fácil solución en la mayoría de los casos) pero en otros las protestas son elocuentes.
Ya se ha hablado y escrito –no por ello vamos a dejar de insistir– en que se ha de velar por las condiciones laborales de todos los que participan en los grandes eventos; estamos hablando de la seguridad activa, pasiva, las horas de descanso; aplicar de forma tajante las leyes de protección y riesgos laborales; exigir a los empresarios, a los promotores que cumplan con la normativa vigente, no solo a nivel estatal sino autonómico e, incluso, municipal.
En este sentido, sería bueno implementar las inspecciones, por parte de estas administraciones citadas. Y, por ende, el público que denuncie y ponga en conocimiento de las autoridades competentes cualquier acto que pueda ser calificado de negligente.
Antes de abordar el desarrollo del titular de este artículo, veíamos necesario recordar lo importante que es velar por la producción de eventos, seguros y, como no podía ser de otro modo, accesibles para todos.
Efectivamente, y así se está constatando poco a poco, los eventos corporativos –aquellos actos que las empresas llevan a cabo para su público interno: trabajadores, empleados e incluso proveedores– están teniendo cada vez más auge y sirve para reforzar la imagen de marca, como decimos, a nivel interno.
Y desde estas líneas queremos animar a los departamentos de comunicación, marketing, eventos, etc. a que continúen en esa línea; cuando aborden la celebración que no piensen en que los trabajadores, los ‘curritos’ –si se me permite la expresión– se conforman con cualquier evento y organizado de modo doméstico.
No, no, un evento con un público interno como objetivo de éste, se merece el máximo de los respetos y el máximo de interés por parte de los organizadores.
No hemos de olvidar que estas fiestas sirven, ante todo, para alegrar a los empleados, reconocer sus esfuerzos, desconectar de la rutina diaria e, incluso, establecer vínculos con otros departamentos, con otros compañeros que solo te cruzas con ellos en el ascensor o cuando vas a la máquina del café.
No lo podemos tomar como una simple celebración, sino como una inversión a futuro. Es una forma, también, de integrar a las generaciones que se dan cita en las empresas, es decir, la ‘sabia nueva’ que se incorpora con los que ya están al final de su etapa laboral.
Los eventos corporativos estaban ya y los organizaban ‘los de siempre’. Ahora han de formar parte de la estrategia y del plan de comunicación interno de la empresa. Una forma más de construir sinergias, reputación y marca.