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La muerte del Papa Francisco: el inicio de la ‘sede vacante’ y el camino hacia un nuevo pontificado

Este proceso no es una simple formalidad protocolaria: se trata de un camino cuidadosamente regulado por el derecho canónico, por los rituales litúrgicos y por recientes disposiciones introducidas por el propio Francisco

21-04-2025
La muerte del Papa Francisco: el inicio de la ‘sede vacante’ y el camino hacia un nuevo pontificado

FLOR DE PAZ ALCÁNTARA

El 21 de abril de 2025, a los 88 años de edad, falleció en Roma Su Santidad el papa Francisco, nacido Jorge Mario Bergoglio. Su muerte marca un momento trascendental en la historia contemporánea de la Iglesia Católica, al cerrar un pontificado caracterizado por la sencillez, el impulso pastoral y una profunda reforma del ejercicio del poder. Con su partida se abre un tiempo de transición conocido como sede vacante, durante el cual la Sede Apostólica queda sin cabeza visible y la Iglesia se dispone a discernir, en oración y comunión, la elección de un nuevo sucesor de San Pedro.

Este proceso, que hunde sus raíces en la más antigua tradición eclesial, no es una simple formalidad protocolaria. Se trata de un camino cuidadosamente regulado por el derecho canónico, por los rituales litúrgicos y por recientes disposiciones introducidas por el propio Francisco. Su finalidad es doble: asegurar la continuidad espiritual y administrativa de la Iglesia universal y preparar, bajo la guía del Espíritu Santo, la elección del nuevo Obispo de Roma.

El fallecimiento del Papa activa automáticamente el período de sede vacante (sede vacans), durante el cual cesan todos los poderes del pontífice. Ninguna autoridad puede arrogarse decisiones en materias doctrinales, disciplinarias o estructurales, salvo lo estrictamente necesario para garantizar la administración ordinaria de la Santa Sede.







En las próximas semanas, la Iglesia vivirá una secuencia de gestos profundamente significativos: la certificación oficial de la muerte, el funeral solemne, los días de luto y oración —conocidos como novemdiales— y la convocatoria del cónclave. Será entonces cuando el Colegio Cardenalicio, reunido en la Capilla Sixtina bajo el signo del discernimiento y el secreto, inicie la elección del nuevo Papa.

En las próximas semanas, la Iglesia vivirá una secuencia de gestos profundamente significativos: la certificación oficial de la muerte, el funeral solemne, los días de luto y oración —conocidos como novemdiales— y la convocatoria del cónclave

El mundo, una vez más, volverá sus ojos hacia Roma, aguardando la ancestral señal del humo blanco, el anuncio del Habemus Papam y la aparición del nuevo pontífice en el balcón central de la Basílica de San Pedro. Esta transición no solo implica un cambio de liderazgo; es también un momento de profunda reflexión sobre el legado de Francisco y sobre el rumbo espiritual, pastoral y moral que tomará la Iglesia en los años venideros.

1. Certificación de la muerte y comienzo de la sede vacante

La muerte de un Papa constituye, al mismo tiempo, un hecho espiritual, jurídico y eclesial de la más alta relevancia. Con el fallecimiento del papa Francisco el 21 de abril de 2025, se ha activado el período de sede vacante (sede vacans), una fase excepcional en la vida de la Iglesia, regulada por la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis, promulgada por san Juan Pablo II en 1996 y actualizada en aspectos prácticos por sus sucesores.







El primer paso del protocolo recae sobre el camarlengo de la Santa Iglesia Romana, actualmente el cardenal Kevin Joseph Farrell. Es él quien debe verificar oficialmente el fallecimiento del pontífice. Según la antigua tradición, se realiza una invocación ritual llamando al Papa por su nombre de bautismo —“Jorge Mario, ¿estás entre nosotros?”— pronunciada tres veces. Aunque esta costumbre ha perdido su valor jurídico, conserva un profundo simbolismo dentro del ceremonial eclesiástico, al recordar que el ministerio petrino está vinculado a una persona concreta y no meramente a una institución.

Siguiendo el protocolo reformado por el propio Francisco en 2024, la constatación de la muerte no se realiza ya en la habitación papal, sino en una capilla privada del Palacio Apostólico. Allí, en presencia de testigos y de un médico, el camarlengo certifica el deceso y ordena la redacción del acta oficial de defunción, firmada por él mismo y por otros testigos.

Una vez completado este trámite, el camarlengo informa al decano del Colegio Cardenalicio, quien, a su vez, comunica la noticia a todos los cardenales y ordena su difusión oficial al mundo a través de la Santa Sede.

Desde ese instante, la Sede Apostólica queda vacante y cesan automáticamente todas las potestades del Romano Pontífice. Ningún dicasterio ni cardenal puede tomar decisiones que impliquen innovación doctrinal, disciplinaria o estructural. La administración ordinaria de los asuntos eclesiásticos y del Estado Vaticano queda provisionalmente bajo la supervisión del camarlengo, quien actúa en coordinación con tres cardenales asistentes elegidos por sorteo entre los purpurados presentes en Roma. Su función no es gobernar, sino asegurar la continuidad operativa y custodiar los bienes, archivos y sellos de la Santa Sede.

Uno de los actos más significativos de esta etapa es la inutilización del anillo del Pescador, emblema del poder pontificio. Esta ceremonia, realizada ante el Colegio Cardenalicio, simboliza el fin definitivo del ejercicio del ministerio petrino por parte del Papa fallecido y evita que dicho anillo pueda ser usado para emitir documentos con falsa autoridad.

Simultáneamente, se procede al sellado de los aposentos papales, donde el Papa residía, así como a la vigilancia de los archivos más sensibles, especialmente aquellos vinculados al gobierno de la Iglesia. Este acto no es solamente administrativo, sino profundamente simbólico: las puertas de las habitaciones se cierran y se sellan con cinta roja y lacre, en presencia del camarlengo y testigos oficiales. Nadie podrá acceder a estos espacios hasta que el nuevo Papa lo autorice expresamente, garantizando así tanto la discreción como la integridad del legado dejado por el pontífice fallecido.

En este clima de recogimiento, respeto y vigilancia, la Iglesia entra en estado de espera. Acompaña espiritualmente el luto por su Pastor y comienza a prepararse, con oración y prudencia, para discernir la elección de su sucesor.

2. Funeral y exequias del papa Francisco

Con la muerte del papa Francisco y la proclamación oficial de la sede vacante, la Iglesia se prepara ahora para celebrar las exequias del Pontífice, conforme a las disposiciones litúrgicas y pastorales vigentes. En este caso, sin embargo, los ritos funerarios no seguirán exactamente el modelo tradicional heredado de siglos anteriores, ya que el propio Francisco, fiel a su visión de un papado más sencillo y evangélico, reformó en 2024 el protocolo de los funerales pontificios.

Según lo establecido en esa reforma, se mantendrán los elementos esenciales del ritual, pero con modificaciones sustanciales que buscan subrayar la figura del pastor humilde más que la del gobernante solemne. La preparación del cuerpo no se realizará en la habitación papal, sino en una capilla privada del Palacio Apostólico, donde será revestido con ornamentos litúrgicos sobrios y colocado en un único féretro de madera con revestimiento interior de zinc. Con ello, se abandona el uso del tradicional triple ataúd (ciprés, plomo y roble), símbolo durante siglos de poder, protección y solemnidad.

La preparación del cuerpo no se realizará en la habitación papal, sino en una capilla privada del Palacio Apostólico, donde será revestido con ornamentos litúrgicos sobrios y colocado en un único féretro de madera con revestimiento interior de zinc

En los próximos días, el cuerpo será trasladado a la Basílica de San Pedro, donde se dispondrá su exposición para la veneración pública. A diferencia de pontificados anteriores, no se prevé un velatorio reservado para autoridades civiles o eclesiásticas: será un momento abierto a todos los fieles, en igualdad de condiciones, como expresión de una Iglesia sin barreras ni privilegios.

Durante este tiempo de luto y oración, se celebrarán los novemdiales, nueve días de misas en sufragio por el alma del Papa difunto. Estas liturgias, presididas por distintos cardenales, marcarán el tono espiritual de la espera, preparando a la Iglesia universal —y especialmente al Colegio Cardenalicio— para el discernimiento que llevará a la elección del nuevo sucesor de Pedro.

La misa exequial solemne, que se espera tenga lugar en la Plaza de San Pedro, será presidida por el cardenal decano del Colegio Cardenalicio, conforme al rito vigente cuando fallece un Papa en funciones. La homilía y los signos litúrgicos seguirán el espíritu marcado por Francisco: sobriedad, centralidad de la Palabra, y una visión del ministerio petrino como servicio, no como soberanía. Se emplearán expresiones como “Obispo de Roma” y “pastor del pueblo de Dios”, dejando de lado los títulos de resonancia política o monárquica.

Finalmente, y tal como él mismo dispuso en vida, Francisco no será enterrado en las Grutas Vaticanas, donde reposan la mayoría de sus predecesores, sino en una capilla lateral de la Basílica de Santa María la Mayor, ante la imagen de la Virgen Salus Populi Romani. Este gesto, profundamente simbólico, refleja su devoción mariana y su deseo de reposar en el corazón espiritual del pueblo romano, al que tantas veces confió sus viajes, decisiones y súplicas.

Tal como él mismo dispuso en vida, Francisco no será enterrado en las Grutas Vaticanas, donde reposan la mayoría de sus predecesores, sino en una capilla lateral de la Basílica de Santa María la Mayor, ante la imagen de la Virgen Salus Populi Romani

Así, la Iglesia se dispone a despedir a un Papa que, incluso en la hora de su muerte, ha querido predicar con el ejemplo: renunciando al esplendor, abrazando la humildad, y confiando en la misericordia de Dios. No se trata solo de una modificación litúrgica o de una decisión personal; el rito mismo se convierte en lenguaje, y cada gesto —la sencillez del féretro, la ausencia de ornamentos imperiales, la elección de una tumba mariana— habla con elocuencia de la Iglesia que Francisco ha soñado: cercana, despojada, profundamente evangélica. En el protocolo funerario, como en toda la liturgia, la forma revela el fondo, y lo que se celebra con imágenes y silencios expresa más que muchos discursos.

Durante el tiempo de sede vacante, incluso el silencio adquiere voz propia. Las campanas del Vaticano permanecen enmudecidas, salvo para acompañar las celebraciones litúrgicas fúnebres y, más adelante, el anuncio de la elección del nuevo Papa. Este silencio, apenas percibido por quienes no lo esperan, es un signo denso: expresa la ausencia del pastor, la gravedad del momento, y la espera orante del pueblo de Dios. Así, la Iglesia hace del silencio otro lenguaje para hablar de lo sagrado.

3. Convocatoria del cónclave y normativa canónica

La elección del Papa no es un simple proceso de votación; es un acontecimiento espiritual, jurídico y litúrgico profundamente regulado. Está regido principalmente por la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis, promulgada por san Juan Pablo II en 1996, la cual continúa siendo la norma canónica principal para los períodos de sede vacante y la elección del sucesor de Pedro. Esta norma ha recibido pequeñas actualizaciones por parte de Benedicto XVI y Francisco, sin alterar sustancialmente su estructura original.

3.1. ¿Qué es un cónclave y por qué es necesario?

El término cónclave proviene del latín cum clave (“con llave”), y hace referencia al encierro riguroso al que se someten los cardenales electores hasta que elijan al nuevo Papa. Este aislamiento garantiza la libertad de conciencia, el secreto del proceso y la ausencia de presiones externas.

Solo los cardenales menores de 80 años al momento de la sede vacante tienen derecho a voto. En esta ocasión, se estima que serán 136 cardenales electores, que representan la diversidad geográfica y eclesial de la Iglesia Católica en todo el mundo.

Solo los cardenales menores de 80 años al momento de la sede vacante tienen derecho a voto. En esta ocasión, se estima que serán 136 cardenales electores, que representan la diversidad geográfica y eclesial de la Iglesia Católica en todo el mundo.

3.2. Calendario y tiempos establecidos

La normativa fija que el cónclave debe comenzar entre 15 y 20 días después de la muerte del Papa. Este margen de tiempo tiene una doble finalidad: por un lado, permite la plena celebración de los ritos fúnebres y de los novemdiales (nueve días de misas por el alma del difunto), y por otro, garantiza que todos los cardenales tengan tiempo suficiente para llegar a Roma desde sus respectivos países.

No obstante, si todos los cardenales electores ya se encuentran en Roma antes del día 15, el Colegio Cardenalicio puede decidir, por mayoría, anticipar el inicio del cónclave.

3.3. Congregaciones Generales: preparación espiritual y administrativa

Antes del cónclave se celebran diariamente las llamadas Congregaciones Generales, en las que participan todos los cardenales —electores y no electores—. Estas reuniones tienen una doble función:

  • Práctica y organizativa: se decide la logística del funeral, se coordina la seguridad del Vaticano, se resuelven cuestiones prácticas relativas al cónclave y se confirman listas oficiales de electores.
  • Espiritual y pastoral: los cardenales intercambian reflexiones sobre el estado de la Iglesia, los desafíos actuales, y el perfil que consideran adecuado para el próximo Papa. Aunque no se debaten nombres de forma explícita, estas conversaciones influyen notablemente en el discernimiento personal de cada elector.
3.4. Alojamiento y clausura: Casa Santa Marta y Capilla Sixtina

Durante el cónclave, los cardenales electores se alojan en la Domus Sanctae Marthae (Casa Santa Marta), una residencia ubicada dentro del Vaticano, construida durante el pontificado de san Juan Pablo II para ofrecer un entorno digno y reservado a quienes tienen la responsabilidad de elegir al nuevo Papa. Desde allí, cada jornada del cónclave, los purpurados se trasladan en procesión hacia la Capilla Sixtina, el recinto sagrado donde tiene lugar uno de los actos más significativos de la vida de la Iglesia.

Una vez dentro de la capilla, y antes de iniciar las votaciones, los cardenales prestan de forma individual un juramento solemne de secreto y fidelidad, comprometiéndose a guardar absoluto sigilo sobre todo lo que vean, escuchen o piensen durante el proceso. La fórmula del juramento invoca directamente al Espíritu Santo, fuente de sabiduría y guía en el discernimiento, y pone a cada elector bajo la gravedad de su propia conciencia.

Antes de iniciar las votaciones dentro del cónclave, los cardenales prestan de forma individual un juramento solemne de secreto y fidelidad, comprometiéndose a guardar absoluto sigilo sobre todo lo que vean, escuchen o piensen durante el proceso

A continuación, se produce uno de los gestos más intensos de todo el protocolo: el pronunciamiento del “Extra omnes”, expresión latina que significa “¡Fuera todos!”. Esta orden, emitida en voz alta por el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias, indica que todas las personas ajenas al cónclave deben abandonar inmediatamente la Capilla Sixtina, incluidos ceremonieros, asistentes, técnicos y cualquier otro personal auxiliar. Solo permanece en el recinto el Maestro de Ceremonias junto con un predicador, quien ofrece una breve meditación espiritual para invocar la rectitud de intención y la apertura interior de los electores. Una vez concluida esta exhortación, ambos también abandonan la sala.

Las puertas se cierran entonces con firmeza y solemnidad. Comienza el encierro litúrgico y espiritual del cónclave. Desde ese instante, los cardenales electores quedan completamente incomunicados del mundo exterior. Está expresamente prohibido el uso de teléfonos, dispositivos electrónicos, grabadoras, mensajería o cualquier otra forma de comunicación. La violación de este secreto está tipificada por la normativa canónica como una falta gravísima, castigada con excomunión automática (latae sententiae).

El aislamiento no es un detalle técnico, sino un componente esencial del rito: garantiza la libertad interior de los cardenales, protege la pureza del discernimiento, y salvaguarda la elección del nuevo Papa de cualquier presión externa. En el corazón mismo de la Iglesia, y bajo el fresco imponente del Juicio Final, comienza el silencio fecundo en el que Dios habla a través del consenso, la conciencia y el Espíritu.

3.5. Las votaciones: dinámica, mayoría requerida y sistema de seguridad

El cónclave sigue un ritmo preciso y ritualizado. Cada día pueden realizarse hasta cuatro votaciones: dos por la mañana y dos por la tarde, según el desarrollo del discernimiento. Para que un cardenal sea válidamente elegido Papa, debe obtener una mayoría de dos tercios de los votos emitidos. Si el número total de electores no permite una división exacta, el umbral se ajusta al número entero inmediatamente superior.

Si el cónclave llegara al trigésimo cuarto escrutinio sin resultado concluyente, los cardenales pueden, por votación mayoritaria, decidir restringir la elección a los dos candidatos más votados en las rondas anteriores. Aun en este caso excepcional, se mantiene la exigencia de la mayoría cualificada de dos tercios.

Si el cónclave llegara al trigésimo cuarto escrutinio sin resultado concluyente, los cardenales pueden, por votación mayoritaria, decidir restringir la elección a los dos candidatos más votados en las rondas anteriores

Cada cardenal escribe su voto a mano en una papeleta, que dobla cuidadosamente de forma ritual. Luego, uno a uno, se acercan al altar de la Capilla Sixtina y colocan su papeleta en una urna especial dispuesta sobre el altar. Estas papeletas son recogidas y contadas por tres escrutadores, elegidos al azar entre los propios cardenales, quienes leen en voz alta los nombres y anotan cada voto con meticulosa precisión, bajo la mirada de todos.

Una tradición no escrita pero llena de significado otorga al cardenal más joven del cónclave un gesto discreto, pero simbólicamente poderoso: suele ser él quien recoge la urna de los votos y la lleva al altar, sirviendo a sus hermanos en ese momento clave. Este gesto expresa, en la práctica litúrgica, una verdad teológica profunda: en la Iglesia, la juventud es llamada al servicio, y el ejercicio de la autoridad se apoya siempre en la humildad.

3.6. El lenguaje de los signos: la fumata y el Habemus Papam

El protocolo que rige el cónclave no es solo canónico, sino también simbólico y litúrgico. Tras cada votación, las papeletas se queman en una estufa especial. Si nadie ha sido elegido, se añade una sustancia que genera humo negro (fumata nera), señalando que el mundo debe seguir esperando. Si se ha alcanzado el consenso, se produce humo blanco (fumata bianca), símbolo de alegría y de renovación, que anuncia la elección de un nuevo Papa.

La elección se hace visible a todos con el anuncio del Habemus Papam, proclamado por el cardenal protodiácono desde el balcón central de la Basílica de San Pedro. Este momento no solo marca el final de la sede vacante, sino también el inicio de un nuevo pontificado, en continuidad con la tradición apostólica de la Iglesia.

3.7. El nombre del nuevo Papa: un acto fundacional

La elección de un nuevo Papa no concluye con la obtención de los votos necesarios. Una vez alcanzado el consenso y pronunciada la fórmula ritual —Acceptasne electionem de te canonice factam in Summum Pontificem?—, el cardenal elegido debe aceptar libremente el cargo. Si lo hace, en ese mismo momento se convierte en Obispo de Roma y adquiere plena jurisdicción sobre la Iglesia universal, sin necesidad de ninguna otra confirmación.

Acto seguido, se le formula una segunda pregunta, simple en apariencia, pero de enorme peso simbólico: “¿Con qué nombre deseas ser llamado?”

La elección de un nuevo Papa no concluye con la obtención de los votos necesarios. Una vez alcanzado el consenso y pronunciada la fórmula ritual, el cardenal elegido debe aceptar libremente el cargo. Si lo hace, en ese mismo momento se convierte en Obispo de Roma y adquiere plena jurisdicción sobre la Iglesia universal, sin necesidad de ninguna otra confirmación.

Esta elección no es un formalismo. Al contrario, constituye el primer gesto libre y público del nuevo pontífice, y con él envía un mensaje teológico, pastoral y espiritual a toda la Iglesia y al mundo. El nombre papal tiene una fuerza programática: evoca una figura, una herencia, una dirección. No es raro que esa elección resuma, en una sola palabra, toda una visión de pontificado.

La historia reciente ofrece ejemplos elocuentes. Juan Pablo I, elegido en 1978, fue el primer Papa en tomar un nombre doble, combinando los de sus dos predecesores inmediatos —Juan XXIII y Pablo VI— como expresión de continuidad. Su sucesor, Juan Pablo II, adoptó ese mismo nombre, subrayando una línea de fidelidad y reforma. Benedicto XVI, por su parte, quiso remitirse al legado espiritual de san Benito, padre del monacato occidental y símbolo de paz, así como al papa Benedicto XV, que buscó la reconciliación durante la Primera Guerra Mundial. Finalmente, Francisco fue el primer pontífice en adoptar ese nombre, evocando directamente al “poverello” de Asís, en un claro gesto de humildad, reforma interior y cercanía a los pobres.

El nombre elegido por el nuevo Papa será, por tanto, una síntesis anticipada de su estilo, de su horizonte y de su esperanza. Es el primer signo que el pontífice ofrece al mundo —antes incluso de hablar—, y cada vez que se repita, en las aclamaciones litúrgicas o en los documentos oficiales, se recordará esa intención fundacional.

En una Iglesia que cree en el poder de los signos, un nombre no es un simple distintivo: es una palabra encarnada, un programa, una promesa. Por eso, ese instante discreto y solemne, entre la aceptación del cargo y la aparición en el balcón, se convierte en el umbral entre el pasado que se cierra y el pontificado que comienza.

4. El perfil del nuevo Papa y los desafíos del próximo pontificado

Cada elección papal responde a una realidad histórica concreta. Aunque el cónclave no obedece a campañas ni a plataformas electorales, y los cardenales electores votan en conciencia bajo secreto estricto, el contexto de la Iglesia y del mundo influye inevitablemente en el discernimiento colectivo. La Constitución Universi Dominici Gregis no establece requisitos teológicos o políticos específicos, pero el protocolo y las tradiciones en torno al cónclave dejan entrever que lo que se busca no es solamente un administrador, sino un Pastor universal que sea signo de unidad y guía para el Pueblo de Dios.

4.1. Herencia del pontificado de Francisco

El nuevo Papa que emerja del cónclave sucederá a una figura que marcó un cambio de estilo y de énfasis pastoral. Francisco será recordado por su apertura a la periferia, su insistencia en una Iglesia “en salida”, su crítica a las estructuras rígidas y su promoción de una espiritualidad centrada en la misericordia y la cercanía al pobre. También deja pendientes desafíos profundos: la reorganización definitiva de la Curia romana, el papel de la mujer en la Iglesia, la sinodalidad como forma de gobierno, y el equilibrio entre tradición y reforma en cuestiones morales y doctrinales.

El nuevo pontífice deberá consolidar o reinterpretar estos caminos, enfrentando tensiones internas en el seno de la Iglesia, diferencias culturales entre continentes y una creciente secularización en muchos países, mientras mantiene firme el timón de la fe apostólica.

4.2. Los criterios de discernimiento

Aunque no se presentan candidaturas ni se permite hacer pactos o campañas (algo expresamente prohibido por la normativa canónica), los cardenales formulan su discernimiento en torno a ciertos perfiles y necesidades. ¿Debe ser un Papa de continuidad o de transición? ¿Un pastor experimentado o una figura más académica? ¿Una voz firme en doctrina o un constructor de puentes entre sensibilidades distintas?

El protocolo en este sentido es claro: cada cardenal debe votar movido “únicamente por Dios” (solum Deum prae oculis habentes, cf. UDG n. 82). Pero este voto no se da en el vacío: es el fruto de la escucha mutua, de la experiencia pastoral de cada uno, y del clima espiritual cultivado en las congregaciones generales.

4.3. Unidad, identidad católica y comunión eclesial

Uno de los principios que el protocolo busca resguardar con tanto rigor —desde el secreto del cónclave hasta la unanimidad moral del Habemus Papam— es la unidad visible de la Iglesia. El Papa no es solo el jefe de un Estado o el presidente de una institución: es, ante todo, el principio de comunión entre las Iglesias particulares dispersas por todo el mundo.

El nuevo pontífice será llamado a ejercer ese papel no solo como garante doctrinal, sino también como figura de reconciliación en tiempos marcados por tensiones culturales, ideológicas y geopolíticas. Su elección será, por tanto, una lectura espiritual del tiempo presente, una respuesta no solo institucional, sino también profética.

4.4. ¿Qué busca la Iglesia hoy?

Si el protocolo ha de organizar el proceso, el Espíritu Santo lo habita. Y si bien la Iglesia no se deja guiar por criterios mundanos, tampoco es indiferente al sufrimiento de los pueblos, a las heridas del mundo, a los rostros de las nuevas generaciones. El nuevo Papa deberá, por tanto, ser un hombre de oración, de escucha, y de gobierno, capaz de sostener el depósito de la fe y, al mismo tiempo, abrir caminos de evangelización en una humanidad compleja, diversa y muchas veces alejada de Dios.

La elección que se prepara no es solo una decisión de futuro. Es también una interpretación del presente: una forma de decir —desde el corazón de la Iglesia— qué rostro de Cristo se desea reflejar en este tiempo y qué tipo de liderazgo espiritual se necesita para guiarla en el siglo XXI.

5. El luto oficial y la dimensión diplomática del fallecimiento del Papa

El fallecimiento del Papa, además de constituir un momento de duelo profundo para la Iglesia Católica, activa una serie de gestos protocolarios en el plano internacional. Como jefe de Estado de la Ciudad del Vaticano, el Romano Pontífice goza de un reconocimiento jurídico y diplomático pleno por parte de la comunidad internacional. Por ello, su muerte implica no solo la movilización litúrgica de la Iglesia, sino también una respuesta institucional en el ámbito de las relaciones exteriores.

5.1. El Papa como jefe de Estado

El Papa no ejerce exclusivamente un liderazgo espiritual. Desde un punto de vista jurídico, también es soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano, la entidad estatal independiente creada mediante los Pactos de Letrán en 1929. Este estatus le otorga la capacidad de mantener relaciones diplomáticas plenas con más de 180 países, firmar tratados internacionales y recibir acreditaciones diplomáticas.

Este carácter dual —pastoral y estatal— convierte su fallecimiento en un acontecimiento que trasciende lo religioso y exige una respuesta protocolaria equiparable a la que se da ante la muerte de cualquier jefe de Estado en funciones.

5.2. Declaraciones oficiales y luto en los Estados

Tras conocerse la noticia del fallecimiento de Francisco, múltiples gobiernos comenzaron a emitir mensajes de condolencia y a preparar su representación oficial en los funerales. Algunos, además, han optado por declarar luto nacional como muestra de respeto institucional.

En el caso de España, el ministro de la Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes compareció desde La Moncloa pocas horas después del anuncio, manifestando públicamente el pesar del Ejecutivo y comunicando que el Gobierno declarará tres días de luto oficial, que comenzarán el 22 de abril a las 00:00 horas.

Sin embargo, durante esa misma comparecencia, las banderas de España y de la Unión Europea aparecieron ya con crespón negro, a pesar de que el decreto de luto aún no se había hecho oficial. Este detalle, aunque bienintencionado, ha sido observado con cierta crítica desde el ámbito del protocolo institucional, ya que los símbolos del duelo deben ajustarse estrictamente a los tiempos oficiales establecidos por el Ejecutivo. En situaciones de alta sensibilidad como esta, cada gesto tiene un valor comunicativo profundo, y la precisión simbólica es parte del respeto debido tanto al difunto como a la ciudadanía.

5.3. La reacción de la comunidad internacional

Además de España, se espera que numerosos países —en especial aquellos de tradición católica o con estrechos vínculos con la Santa Sede— decreten días de luto oficial. Italia, Argentina, Polonia, México, Portugal, Brasil y Filipinas, entre otros, han comenzado a emitir sus comunicados oficiales. Del mismo modo, se prevé que organismos internacionales como la Unión Europea, Naciones Unidas y la Organización de Estados Americanos se pronuncien en las próximas horas.

Más allá de la confesión religiosa, la figura del Papa es reconocida como una voz ética global, con presencia en foros multilaterales y un liderazgo que ha influido en debates sobre paz, justicia social, ecología y derechos humanos. El luto declarado por su muerte, en muchos casos, no se limita a lo confesional, sino que reconoce una figura moral con impacto mundial.

5.4. El cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede

Durante la sede vacante, el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede adquiere un papel destacado en el protocolo internacional. El decano del cuerpo diplomático, es decir, el embajador con mayor antigüedad en su cargo, actúa como representante del conjunto de las delegaciones extranjeras ante el Vaticano.

Su papel es especialmente visible durante los funerales papales y otros actos oficiales, donde encabeza las muestras de condolencia, saluda en nombre del cuerpo diplomático y mantiene la interlocución protocolaria con la Secretaría de Estado vaticana. Aunque sus funciones son de carácter representativo, reflejan el alto nivel de respeto que la comunidad internacional otorga al Papa como jefe de Estado y como figura de referencia moral en el mundo.

Este papel del cuerpo diplomático pone de relieve que, incluso en medio del duelo y del silencio litúrgico, la Iglesia permanece en diálogo con las naciones, y el fallecimiento del Papa es reconocido como un acontecimiento de relevancia global.

El poder del símbolo en la hora decisiva de la Iglesia

La muerte de un Papa y la espera de su sucesor constituyen, sin duda, un tiempo excepcional en la vida de la Iglesia. Pero más allá de los ritos, de las reuniones cardenalicias o del protocolo diplomático, lo que resplandece en este proceso es la elocuencia de los símbolos. Porque en la Iglesia, nada es accesorio cuando se celebra un misterio, y cada gesto —por pequeño que parezca— habla con profundidad de la identidad de un cuerpo vivo, enraizado en la historia y proyectado hacia el futuro.

Desde el silencio reverente en torno al féretro hasta el humo que se eleva desde la Capilla Sixtina; desde las vestiduras del Papa difunto hasta la sotana blanca del elegido; desde las campanas que repican hasta el Habemus Papam proclamado al mundo entero: todo en este proceso habla antes que las palabras. Todo comunica.

Pero estos símbolos no son meras herencias del pasado. Son actos de interpretación: nos dicen cómo la Iglesia se comprende a sí misma en este momento histórico. En cada elección papal, se escoge no solo un hombre, sino también un tono, una prioridad, un mensaje. Por eso, el símbolo y la elección no están desconectados: el perfil del nuevo Papa deberá, en alguna medida, encarnar aquello que la Iglesia ha estado diciendo silenciosamente en estos días de oración, luto y esperanza.

Elegir un nombre, aceptar la mitra, alzar la mano en señal de bendición: todo eso será leído por millones como signo y como síntesis. Y no es casual. Porque la Iglesia —como cuerpo místico y humano a la vez— no solo habla con documentos y dogmas; también habla con gestos, con silencios, con liturgias, con rostros.

En estos días, lo que está en juego no es solo una sucesión institucional, sino una renovación de la alianza entre el corazón de la Iglesia y la historia del mundo. Y en esa renovación, el símbolo no adorna: revela. La elección que viene no solo será un acto canónico, será también una respuesta encarnada al signo de los tiempos. Porque en la Iglesia, cuando todo se oscurece o se ilumina, el símbolo no es un añadido: debe ser la forma visible de una verdad invisible.

Bibliografía

  • Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis. (1996). San Juan Pablo II. Sobre la vacante de la Sede Apostólica y la elección del Romano Pontífice. Ciudad del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana.
  • Código de Derecho Canónico. (1983). Ciudad del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana.
  • Francisco. (2024). Modificación de los rituales de las exequias papales. Decreto publicado por la Oficina de Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice.
  • Praedicate Evangelium. (2022). Francisco. Constitución Apostólica sobre la Curia Romana y su servicio a la Iglesia y al mundo. Ciudad del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana.
  • Benedicto XVI. (2007). Carta apostólica en forma de Motu Proprio: De aliquibus mutationibus in normis de electione Romani Pontificis. Ciudad del Vaticano.
  • Anuario Pontificio. (2023). Ciudad del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana.
  • Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. (2000). Ceremonial de los Obispos. Edición típica.
  • Pactos de Letrán. (1929). Tratado entre la Santa Sede e Italia. En: Archivio Segreto Vaticano.
  • Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas. (1961). Naciones Unidas. Entró en vigor el 24 de abril de 1964.
  • Huffington Post (España). (2025, 21 de abril). El cambio inesperado de Francisco en el funeral de los papas: un rito renovado que abandona al “poderoso del mundo”.
  • COPE. (2025, 21 de abril). Fallece el papa Francisco a los 88 años.
  • Declaraciones del Gobierno de España, Ministerio de la Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes. (2025, 21 de abril). Comparecencia institucional desde La Moncloa.

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