NANCY ESPAÑA CES
El pasado sábado día 6 de mayo se celebró la coronación del rey Carlos III y la reina Camilla del Reino Unido en la Abadía de Westminster casi setenta años después de la coronación de la reina Isabel II en junio de 1953. Este evento es fruto de la operación Orbe Dorado: un plan gestado durante años para garantizar que la quintaesencia de esta institución se ejecutase a la perfección. Los preparativos comenzaron a llevarse a cabo tras el fallecimiento de la reina Isabel II, el 8 de septiembre de 2022, y posterior proclamación del rey.
En las semanas previas al evento, la casa real compartió que “el servicio reflejaría el papel del monarca hoy en día, con la mirada puesta en el futuro, y sustentado a su vez en longevas tradiciones y su ceremonial”. Esta declaración anticipó un evento en el que se alternaron tradiciones milenarias con guiños a las tendencias y necesidades de la sociedad británica actual.
A esta apelación a la tradición y la modernidad, se sumó la invitación a que los británicos participasen en varios días de celebraciones “con amigos, familiares y sus comunidades” haciendo así un llamamiento a la cohesión social y a la unidad de la nación, tan característico en los 70 años de reinado de Isabel II.
La Abadía de Westminster acogió por cuadragésima vez un ceremonial milenario
El rey Carlos III fue el cuadragésimo monarca en ser coronado en la Abadía de Westminster en una ceremonia que ha permanecido prácticamente intacta desde la coronación de Guillermo el Conquistador en 1066. Se trata de un servicio religioso oficiado por el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, con dos horas de duración y seis partes diferenciadas: reconocimiento, juramento, unción, investidura, coronación, y homenaje.
Tras su llegada a la abadía, el monarca se volvió hacia cada uno de los cuatro puntos cardinales del teatro –plataforma construida dentro del templo– siendo proclamado por el arzobispo rey indiscutible y reconocido por la congregación con un esplendoroso God save the king. A continuación, el rey firmó un juramento en el que prometió gobernar de acuerdo con la ley y con misericordia. Se sentó entonces en la Silla de la Coronación, procediendo al momento más sacro de la ceremonia: la unción. Esta se realizó de forma privada, haciendo uso de la cuchara de coronación y del aceite sagrado contenido en la ampolla de oro, mientras sonaba el solemne himno Zadok the Priest.
Al rey Carlos III, vestido entonces con una espectacular túnica de tela de oro llamada supertúnica y el manto imperial, le presentaron otros elementos de las insignias o regalia de la coronación: las espuelas de oro, la enjoyada espada de la ofrenda y los armills (pulseras de oro que representan la sinceridad y la sabiduría) siendo invitado a sostener el orbe del soberano –un globo de oro coronado por una cruz– así como un anillo y dos cetros. La ceremonia culminó con la coronación del monarca con la corona de San Eduardo en la silla de coronación.
Dando paso al final del acto, se realizó el homenaje: promesa de lealtad y fidelidad. Esta se llevó a cabo por el arzobispo de Canterbury, en nombre de todos los obispos de la Iglesia de Inglaterra; el príncipe de Gales, en nombre de toda la familia real, y personas del Reino Unido y la Mancomunidad de Naciones que fueron invitados a participar por primera vez.
La reina Camilla fue coronada en una ceremonia similar pero más sencilla: fue ungida, coronada y se le hizo entrega de un anillo, una vara y un cetro. A continuación, hizo una reverencia al rey y se sentó a su lado. Para su coronación se hizo uso de la misma corona que usó la reina María, consorte del rey Jorge V.
Una vez finalizado todo el servicio, los reyes se dirigieron hacia el palacio de Buckingham en la procesión de coronación. Para ello, se hizo uso del carruaje de estado dorado, vehículo utilizado en todas las coronaciones desde Guillermo IV en 1831. En la procesión tomaron parte otros miembros de la familia real, las Fuerzas Armadas de toda la Mancomunidad de Naciones y los Territorios de Ultramar, así como todos los servicios de las Fuerzas Armadas del Reino Unido, junto con la Guardia del Cuerpo del Soberano y los Remeros Reales.
En total, casi cuatro mil personas participaron en esta operación de ceremonial militar. Esta procesión contrasta con la que realizaron los reyes para trasladarse previamente del Palacio de Buckingham a la abadía, la procesión del rey que, siendo mucho menos ceremonial, se realizó en el carruaje de estado del jubileo de diamante de la reina Isabel II y contó con la participación de mil personas. Tras la procesión, miembros senior de la familia real salieron al balcón del palacio para realizar un saludo, que concluiría la jornada de actos ceremoniales.
Ingredientes contemporáneos
La ceremonia estuvo enmarcada en una situación de crisis económica en el Reino Unido por el aumento en el coste de la vida. Es por ello que el evento reflejó cierta austeridad, especialmente en comparación con el celebrado en 1953. Un aspecto en el que se materializó esta postura fue la propia procesión de coronación, que se vio reducida a un tercio del recorrido realizado por la reina Isabel II en su día, también por seguridad.
Otros temas de actualidad y preocupación social también se han visto plasmados en distintas medidas. Haciendo alusión al ámbito de la ecología, el rey Carlos III hizo la petición de que el aceite de unción fuese vegano: anteriormente de origen animal, se trató de aceite de oliva cultivado en el Monte de los Olivos (Jerusalén). Por otro lado, se trató de la primera vez –desde el siglo XVIII en el que la reina Carolina, consorte de Jorge II llevó la corona de María de Módena– que usa una corona ya existente para un consorte, gesto que, según la familia real, se tomó por motivos de sostenibilidad y eficiencia. Además, esta corona se ha modificado, retirando la réplica del diamante Koh-i-Noor que contenía. Esta pieza generó gran controversia por la forma en la que fue adquirida en la época colonial y ha sido reclamada por el Gobierno indio. Esta decisión se ha tomado para evitar potenciales conflictos diplomáticos y también podría considerarse un gesto simbólico en un periodo en el que el movimiento por la repatriación de patrimonio cultural es muy fuerte.
Asimismo, es conveniente señalar la importancia que adquieren actualmente los medios de comunicación de masas en un evento de este calibre. La programación de la coronación de Isabel II, emitida por la BBC, brindó a muchos la oportunidad de ver un evento a través de la televisión por primera vez. Veintisiete millones de personas en el Reino Unido, que contaba entonces con treinta y seis millones de habitantes, vieron la ceremonia en televisión; y once millones la escucharon en la radio. A pesar de que son varios los elementos que han podido influir en la gran difusión que sufrió la televisión entre 1952 y 1954 es innegable que la coronación se puede definir como el evento que más impactó el posicionamiento de este medio de comunicación en el Reino Unido y, al mismo tiempo, la postura de la familia real en relación con la televisión. En esta ocasión, y como en 1953, todo el servicio fue televisado con excepción de la unción, por su gran carga religiosa. Se estima que la emisión contó en su momento de más audiencia con veinte millones de espectadores en el Reino Unido, y cuatrocientos millones de personas en todo el mundo.
Siendo la primera coronación británica que tuvo lugar en la época de las redes sociales, la institución ha hecho uso activo de estas herramientas, que simbolizan la innovación, la actualidad, la cercanía y la conexión con los ciudadanos. Desde el mes de diciembre han compartido posts en Facebook, Instagram, Twitter y Youtube tratando curiosidades sobre elementos que formaron parte de la Coronación, como la música, las insignias o las propias invitaciones. Mucha de esta información se publicó bajo el hashtag #MonarchMondays, utilizado en publicaciones que hicieron referencia a coronaciones pasadas. A todo esto, hay que añadir contenido publicado en las redes sociales de medios de comunicación británicos, que han tenido acceso a momentos muy relevantes previos al seis de mayo, como la consagración del aceite de unción en Jerusalén o la recogida de la Piedra del Destino, pieza albergada en el castillo de Edimburgo y trasladada a Londres para ser incrustada en la silla de coronación.
Un evento inclusivo
Como es tradicional, a la ceremonia fueron invitados miembros de la familia real, amigos de la familia, representantes de otras casas reales y primeros ministros de la Mancomunidad de Naciones, jefes de estado de otros países e instituciones internacionales, integrantes del Gobierno y de la Iglesia, y representantes de la esfera cultural. Pero también, en esta ocasión, se brindó la oportunidad de asistir a personas que han recibido medallas del Imperio Británico y cuatrocientos jóvenes, en representación de organizaciones benéficas elegidas por los reyes, vieron el servicio de coronación y la procesión desde la iglesia de Santa Margarita, en la abadía de Westmister.
Los planes de la coronación involucraron también activamente a los demás ciudadanos británicos y la ceremonia fue solo el epicentro de tres días cargados de festejos. El domingo, día 7 de mayo, tuvo lugar el Big Lunch, en el que vecinos y comunidades a lo largo de todo el país fueron invitados a compartir comida y un tiempo distendido juntos. En la misma jornada, por la tarde, se celebró un concierto de coronación en el palacio de Windsor, para el que se pusieron a disposición de los ciudadanos miles de entradas mediante sorteo público. Al día siguiente, el día 8 de mayo, se puso en marcha The Big Help Out, una iniciativa que animó a la gente a realizar actividades de voluntariado, uniéndose al trabajo llevado a cabo por organizaciones benéficas para apoyar sus áreas locales. Todas estas actividades tuvieron como objetivo el festejo y también fomentar el sentimiento de una nación unida.
La coronación del rey Carlos III y la reina Camilla del Reino Unido logró los objetivos de todo gran evento. Durante estas jornadas se reforzó la marca de la familia real, se creó un espacio para el encuentro y se lanzó un mensaje: una misma ceremonia – y por extensión una misma institución – puede honrar longevas tradiciones y adaptarse a la realidad actual. Esta amalgama es el elemento que confiere a las casas reales su carácter único y la organización de eventos es una pieza clave para transmitir esta representativa singularidad.