SUSANA GUINDO
Del 24 al 26 de mayo, el Palacio de Congresos de Zaragoza acogió la 18ª edición del Salón Aragonés del Turismo (ARATUR), un evento que se anunciaba como imprescindible para explorar las últimas ofertas y tendencias del sector turístico. Con una fusión única de ocio, gastronomía, cultura y turismo, esta exhibición prometía mostrar la diversidad y riqueza tanto de la región como de otros lugares del mundo, brindando a los visitantes una visión global de las oportunidades de viaje disponibles. 15.465 visitantes han pasado, según apunta la organización, por la” diversa oferta turística y de ocio” presentada en esta edición.
Lo que para ellos es fue éxito, a mÍ se me ha quedado un poco corto, más si tenemos en cuenta que llevan 17 ediciones previas: una participación de 80 expositores, más de 100 destinos nacionales e internacionales (Cuba era el único) y una oferta de más de 100 actividades diseñadas para toda la familia. Y entre ellos, los stands destinados a la venta de embutidos, quesos o conservas.
Podría pensar en que lo estoy comparando con los últimos eventos de hostelería y turismo a los que he acudido: FITUR, Salón Gourmet, HIP organizados por IFEMA o el H&T de Málaga. Evidentemente, no sería justo, no hay comparación en número de visitantes, expositores ni tamaño de la feria. Pero creo que, para que un evento así consiga consolidarse y crecer hay que dar un poco más.
Para comenzar mi análisis decir no me quedó claro el público al que se dirigen. En principio no es una feria profesional, su público objetivo es, según la organización, aquellas personas que van a decidir su destino vacacional. No entiendo entonces el hecho de que en la apertura de la feria los primeros eventos fueran dos actividades dirigidas a los profesionales de la hotelería: el seminario organizado por la Asociación Española de Directores de Hoteles (AEDH) sobre nuevas tecnologías para el sector del turismo y la ponencia de Hospedium Hotel Group presentando «soluciones para el hotel de gestión familiar». Y mientras esto sucedía, llegaban al otro lado del pabellón las autoridades con su comitiva y medios de comunicación. ¿No hubiera sido más lógico desde el punto de vista organizativo que los eventos comenzaran tras la inauguración oficial?
Esa desorganización no ha sido el único elemento que deberían revisar si quieren mantenerse en el calendario nacional o internacional de ferias. A nivel comunicación y marketing ha faltado mucho. Al entrar en el enorme Palacio de Congresos te encontrabas con un pequeño cartel en la entrada. Si había photocall, no lo vi (y estuve 3 días). Las entradas, gratuitas, no conozco a nadie a quien se la pidieran. Y si paseabas por la capital aragonesa, ni una mención a la feria en cartelería, muppis o marquesinas. Tampoco había señalización a la entrada de los coches para dirigirte al parking de visitantes ni al de expositores. Hicieron un intento de dinamizar la comunicación con una decena de “influencers” locales (500.000 seguidores entre todos) Como idea podía haber funcionado, lástima que no hicieran ninguna foto en algunos de los stands y se limitaran a llevarse merchandising.
Por todo ello, creo que la comunicación fue un elemento que claramente tienen que mejorar. ¿De qué sirve ser una gran feria si ni la gente de Zaragoza sabe que existe la feria?
En favor de la ciudad, decir que nos ha sorprendido la amabilidad y profesionalidad con la que nos han tratado en muchos de los lugares dedicados a la hostelería y el turismo.